Castillos medievales de Vasconia: guardianes del territorio e imágenes del poder - arkeologiamuseoabibat
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Castillos medievales de Vasconia: guardianes del territorio e imágenes del poder
Llega al BIBAT la exposición producida por el Arkeologi Museoa de Bizkaia, sobre castillos medievales vascos, en la que se expondrán piezas y objetos significativos, extraídos mediante excavación de diferentes castillos del territorio, y que permitirán conocer la vida en los mismos y las funciones militares, políticas, sociales y económicas que desempeñaron hace 1000 años.
Las piezas expuestas proceden del Arkeologi Museoa de Bizkaia, Museo de Arte Sacro de Bizkaia, Euskal Museoa, Museo de Armería de Álava, Gordailua de Gipuzkoa y Museo Histórico de las Merindades de Medina de Pomar, además de los objetos del propio Museo de Arqueología de Álava (BIBAT).
Los comisarios y autores de todos los textos de la exposición son Iñaki García Camino, Director del Arkeologi Museoa de Bizkaia, y José Ángel Lecanda, Profesor de la Universidad de Deusto, ambos arqueólogos doctores y especialistas.
Olvidados durante siglos, durante el siglo XIX, por efecto del romanticismo, sus ruinas se convirtieron en faros de luz que iluminaron un pasado glorioso y épico. Hoy en día su estudio se plantea con metodología científica, recurriendo a la arqueología, que está permitiendo conocer la compleja realidad de estas construcciones.
Los castillos, junto a las iglesias, fueron las construcciones que destacaban en el paisaje de la Edad Media. Habitualmente pensamos que se construyeron para defender la población en las guerras entre reinos. Pero esta imagen es muy parcial y no responde a la realidad como está mostrando la arqueología. Los castillos, además de guardar reinos, señoríos y patrimonio, fueron construcciones desde las que se ejercía y representaba el poder.
Castillo de Lanos (Ocio, Zambrana). Foto: Iñaki García Camino
Los castillos: entre la leyenda y la Historia
La mayoría de las personas tiene una imagen ideal de estas construcciones fortificadas que se dibujan entre las brumas del tiempo, con sus torres y fosos, murallas y mazmorras… un lugar para grandes fiestas y escenario de heroicas hazañas.
Sin embargo, aunque la definición en cierta manera resulta correcta responde a una imagen generalista y a una evocación romántica a modo de foto fija y anacrónica. La Edad Media fue un periodo de mil años, del siglo V al XV de nuestra era, en el que se experimentaron profundas transformaciones económicas, sociales y culturales, tan importantes que la realidad material del concepto “castillo” evolucionó necesariamente al compás de éstas.
Hoy, la arqueología nos va permitiendo ser más precisos. No solo sobre sus formas, sino también sobre su evolución funcional y significado histórico.
En la exposición se pueden ver los diferentes castillos, torres y fortalezas.
La época de los castillos
La época de esplendor de los castillos fue entre el siglo XI y el siglo XIV, en plena época feudal, cuando se estableció un sistema de organización social en el que una parte de la población oraba, otra luchaba y la mayoría trabajaba para mantener a las anteriores.
Fueron los guerreros, los que tenían el monopolio legítimo de la violencia, quienes construyeron los castillos y los convirtieron en el símbolo de su poder.
El grupo no era homogéneo. Lo formaban reyes, condes, señores, caballeros e hidalgos que no disponían del mismo patrimonio, ni de la misma posición social, pero que se relacionaban a través de complejas redes de dependencia personal fundadas en gratificaciones, donaciones, matrimonios, pactos y, con demasiada frecuencia, en guerras.
Torre de Nograro (Valdegovia). Foto: Santi Yaniz
De atalayas defensivas a residencias palaciegas
Los primeros castillos debieron ser simples atalayas, puestos de vigilancia o clausuras de pasos de montaña y barrancos, construidos con madera o tierra reforzada ocasionalmente con basamentos de piedra.
Los castillos posteriores al año 1000 se edificaron alejados de los pueblos, en cimas abruptas de pronunciadas pendientes que hubo que aterrazar. Sus murallas de piedra envolvían en pequeños recintos torres cuadrangulares o circulares y otras dependencias como almacenes, talleres, hogares o aljibes necesarios para la subsistencia de la guarnición encargada de su custodia.
Unos pocos castillos se edificaron dominando núcleos de población o villas reales dotadas de fueros propios. Más complejos que los anteriores, ya que fueron también residencias señoriales o reales, presentan varios recintos delimitados por murallas y fosos que cobijan distintas torres, palacios, iglesias e incluso a la propia población, como en Portilla o Rada.
En el siglo XIII, y sobre todo en el XIV con motivo de la crisis del sistema feudal, los principales linajes de los territorios vascos procedieron a privatizar los antiguos castillos de altura y a levantar sus propias torres en encrucijadas de caminos, puertos, vados fluviales, puentes o en el seno de villas o aldeas.
Construcciones defensivas, centros de dominio y símbolos del poder
La primera y más elemental función de un castillo parece ser la de defensa de un reino y su territorio. En el incipiente reino de Pamplona, que tuvo frontera con el islam, o en el territorio de Álava, donde llegaban las aceifas enviadas periódicamente por los emires de Córdoba, tuvieron que construirse castillos, pero apenas los conocemos.
Sabemos más de las fortalezas que se utilizaron en el siglo XIII para proteger la frontera entre Navarra y Castilla; en el XIV para defender los derechos de los Señores de Bizkaia frente a las pretensiones de los monarcas, o a comienzos del XVI para resistir las últimas acometidas de las tropas castellanas que provocaron la desaparición del viejo reino de Navarra.
No obstante, los castillos fueron centros del poder señorial, construidos por reyes, señores y guerreros para garantizar su dominio sobre un territorio, mostrar su privilegiado estatus social, ejercer coacción armada sobre los campesinos y apropiarse de rentas y derechos que no les correspondían.
Los castillos también jugaron un papel relevante en la organización del poblamiento: en unos casos concentrándolo a su vera e, incluso, englobándolo dentro de sus murallas. En otros, jerarquizándolo al convertirse en centros político-administrativos, como cabezas de alfoces o tenencias. Y en otros, instalándose en el interior de pueblos y villas para asegurar el control del gobierno y de las fuentes de riqueza urbanas.
Finalmente, fueron residencias señoriales, desde las que los monarcas consolidaron su poder político y la gran nobleza sus señoríos. En ellas se rodearon de una corte adecuada, pactaron treguas, acordaron matrimonios y emprendieron guerras para perpetuar el sistema.
Marutegi
Arma y escudo para la guerra
En la Edad Media el elemento clave de la guerra fue el castillo; su toma o defensa inclinaba la balanza de un lado u otro de los contendientes. Pero tomar un castillo no resultaba sencillo, pues los sitios y ataques con torres de asalto y catapultas eran poco frecuentes por costosos y difíciles de mantener en el tiempo. En general estos solo se producían en algunas campañas reales o en conflictos de gran intensidad.
Inicialmente la capacidad defensiva de un castillo fue pasiva: un emplazamiento enriscado, gruesos muros y, más tarde, una potente torre. Con el tiempo fueron mejorando; primero con plantas de defensas concéntricas y, luego, dando paso a un sistema de defensa activa gracias a los adarves, almenado, antemurallas, torres de flanqueo, saeteras, matacanes y otros dispositivos poliorcéticos. Una arquitectura cada vez más sofisticada, aplicada sobre todo a las zonas más vulnerables, como las puertas. Su generalización en la península Ibérica se produce a partir del siglo XIII.
Para tomarlos por la fuerza era necesario aproximarse a los muros, destruirlos con arietes o minas, o superarlos con escalas, todo lo cual suponía un elevado coste en vidas. Por eso, en caso de no conseguirse la rendición y entrega de la fortaleza por medio de la negociación, el ataque más efectivo era el golpe de mano.
En caso de tener que proceder al asedio, la primera misión consistía en rodear la fortaleza. Hecho esto, podía comenzarse la construcción de diversos ingenios o la realización de minas para socavar la cimentación de los muros.
Pero su éxito como defensa hizo que los castillos fueran los grandes protagonistas de la guerra medieval, más que las batallas campales, escasas, de dudosa resolución y siempre peligrosas por la posibilidad de perderlo todo en una sola jugada. Por el contrario, en un castillo un puñado de hombres podía retener, detener e incluso vencer a un ejército más numeroso.
Castillo de Portilla (Zambrana). Foto: Santi Yaniz
En la muestra se exponen más de 150 piezas originales de distinta naturaleza, procedentes de Gordailua (Centro ed Depósito de Materiales Arqueológicos y Paleontológicos de Gipuzkoa), Bibat Museo de Arqueología de Álava, Museo de Armería de Álava, Museo de las Merindades (Medina Pomar), Euskal Museoa, el Museo Sacro de Bizkaia y el Arkeologi Museoa de Bizkaia.
Completan la exposición los videos, en los que en uno se pueden ver a vista de pájaro 10 castillos y casas torre representativas del territorio junto a medio centenar de imágenes de otras tantas fortalezas dispersas por Bizkaia, Gipuzkoa, Álava, Navarra y el País Vasco continental. El otro recrea un conflicto bélico en un castillo.